jueves, 23 de abril de 2009

cesar ayapantecalt sanches

1 de bachiller


Las actividades de viernes santo en la catedral poblana iniciaron a las diez de la mañana con el vía crucis encabezado por el arzobispo de Puebla Víctor Sánchez Espinosa, quién convocó a los fieles devotos que lo acompañaron en este recorrido por las estaciones, a arrepentirse de sus pecados, pedir perdón y reflexionar, por todo lo que Jesucristo hizo por la salvación humana.En cada una de las estaciones, fue escuchado un pasaje de la historia de la pasión que vivió Jesucristo, su peregrinar y el sufrimiento por el que paso, también recordó el sacrifico de una madre, al ver morir a su hijo, “pido por las mujeres hagan oración y reflexiones, sobre todo lo que Jesucristo ha hecho por nosotros, por el dolor de una madre al ver a su hijo en una cruz”. Entre las reflexiones del arzobispo, destacó, pedir por los amigos, enemigos y la salvación de todos, que es la victoria del señor.Los cantos católicos, siguieron el paso del arzobispo por cada uno de los rincones de la catedral, donde los fieles lo siguieron, se oró en cada una el padre nuestro, Ave María y la invitación a hacer reflexión sobre el proceder de cada uno de los fieles. Este pasaje de la iglesia católica, se revivió, en diferentes colonias, juntas auxiliares y vecindades poblanas, donde las calles lucieron adornos en color morado y blanco, así como rojo con blanco, en señal del luto por la crucifixión de Jesús. A las puertas de la catedral, ya esta todo listo para el inicio de la procesión de viernes santo, a donde llegarán las cinco imágenes más representativas de la fe católica y también habrá el primer mensaje del arzobispo. Las imágenes fueron saliendo desde las diez de la mañana hasta llegar al atrio de catedral, para iniciar el recorrido a partir de las 12 del día, donde la máxima autoridad eclesiástica poblana hizo la proclamación de las siete palabras al interior de la catedral. Las imágenes son: virgen de los Dolores del templo del Carmen, Virgen de la Soledad del templo de la Soledad, Jesús Nazareno del templo de San José, el Señor de las Maravillas y Jesús de Análco del templo de Análco.





El período de la Cuaresma propicia la práctica piadosa del vía crucis. Es una manera muy fructífera de preparar el alma, día tras día, semana tras semana, al encuentro con el Divino Paciente en la trágica -y gloriosa- Semana santa. Cada estación de las catorce de que se compone actualmente el vía crucis golpea, como un grito potente, nuestra conciencia de cristianos que «con temor y temblor», pero también confiadamente, caminamos, con nuestros pecados a cuestas, hacia el Gólgota redentor, y hacia la casa del Padre. Al recorrer con la Iglesia cada uno de esos misterios dolorosos, sentimos que el dolor es un gran misterio, si el mismo Hijo de Dios ha querido atravesar la estrecha puerta de acceso y morar en él como en un santuario en el que todo hombre entra alguna vez y en el que define su ignorancia y miseria, al igual que su grandeza espiritual y su elevación religiosa. Juan Pablo II ha escrito: «Mediante el sufrimiento maduran para el reino de Dios los hombres, envueltos en el misterio de la redención de Cristo»


El vía crucis es memoria, pero también contemplación del rostro doliente del Señor. Los cristianos en el vía crucis fijamos los ojos en el «varón de dolores, avezado al sufrimiento». En él, pausada y recogidamente, contemplamos el «rostro» del pecado y, juntamente, el «rostro» de la misericordia y de la salvación. Contemplamos un cuerpo ensangrentado, que con su sangre lava nuestra iniquidad y nuestra «locura». Contemplamos una corona de espinas, que sacude nuestros pensamientos frívolos, nuestros sentimientos de indiferencia, nuestras intenciones torcidas, nuestros deseos abominables, nuestros desvergonzados anhelos y añoranzas. Contemplamos unas manos y unos pies clavados al madero de la esclavitud y de la ignominia, para enseñarnos a todos la medida suprema de la obediencia filial y del abandono infinito. Contemplamos unos brazos abiertos, para abrazar nosotros, con él, todo dolor y todo sacrificio en bien de nuestros hermanos. Contemplamos una cabeza inclinada hacia la tierra, para decir a los hombres que su muerte será bendición para la humanidad entera, que quiere ser recordado así por los siglos: mirando amorosamente al mundo que lo ha crucificado.
El corazón humano tiene exigencias profundas, y el vía crucis es una de las más significativas y señeras. Siendo el dolor alimento de toda existencia, el hombre necesita darle un rostro, configurarlo y hacerlo transparente para encontrar en la imagen la realidad de la experiencia, a la vez que alivio, consuelo, aliento, esperanza. En el vía crucis no damos expresión al dolor humano, se nos da y regala, se nos ofrece como misteriosa donación, se nos otorga como espejo y bendición desde la morada eterna del Padre y desde el corazón sensibilísimo del Hijo. Por los ojos de la carne el misterio del dolor nos llega a las fibras más sensibles del corazón; con el lenguaje visual se nos comunica una revelación estupenda de ternura y abandono; con el lento y colmado desfile de las estaciones, Dios mismo en su Palabra nos va enseñando la ciencia de la cruz, va como desgranando ante nosotros una pedagogía ascendente que comienza en el tribunal del procurador romano y culmina, entre el cielo y la tierra, en las manos del Padre.


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